Cien años no se cumplen todos los días, eso es merecedor, siempre, de celebrarlo de una forma especial. Si en el año 2013, cincuenta aniversario del carácter itinerante de esta fiesta, se conmemoró llevando la ceremonia a Olite, principal cuna medieval de la tradición del Rey de la Faba que introdujeron los Teobaldos y lugar donde arrancó la itinerancia de la fiesta que ideó Ignacio Baleztena, en 2020, centenario de la primera edición de esta fiesta, el Muthiko Alaiak y la Asociación Rey de la Faba quisieron que, si nació en Pamplona, se celebrase en Pamplona, y además en la Catedral, lugar natural de coronación de nuestros reyes. Y en este caso, como pasa siempre, no suele ser suficiente con la voluntad de los organizadores, sino que era necesario recibir el visto bueno y el apoyo del Ayuntamiento de Pamplona y el del Cabildo de la Catedral.
Las primeras gestiones con el consistorio pamplonés se hicieron casi a un año vista; todo fueron entonces parabienes, pero había un inconveniente, y era que entre medio iban a celebrarse las Elecciones Municipales, y en consecuencia no procedía comprometer ninguna partida presupuestaria, sino posponer las conversaciones a las fechas posteriores a la consulta electoral, pues el signo político del Ayuntamiento podía, tal vez, ser otro, como de hecho así sucedió. En cualquier caso quienes se pusieron entonces al frente del nuevo equipo de gobierno municipal no pusieron inconveniente alguno en que, con la ayuda económica de las arcas municipales, Pamplona acogiese en enero de 2020 el centenario de esta fiesta.
Obtenido este primer e importante compromiso el siguiente objetivo fue solicitar al Cabildo el uso de la Catedral de Pamplona y, como era de esperar, el deán don Carlos Ayerra, dio todo tipo de facilidades y permisos para que esta ceremonia, en su centenario, se celebrase ante los mismísimos restos mortales del rey cuya coronación en el siglo XIV se iba a recrear ese 18 de enero.
Se tenía, por tanto, el apoyo del Ayuntamiento de Pamplona y el de la propia Catedral, por lo tanto, con toda la ilusión del mundo, solo quedaba trabajar, trabajar, y trabajar para que, llegada la fecha, todo saliese bien.
PASO DE TESTIGO
El Palacio del Condestable fue el espacio elegido por el Ayuntamiento de Pamplona, el 21 de septiembre de 2019, para acoger este ritual en el que se materializa el “pase de testigo” de la localidad que acogió la última edición hacia la que va a acoger la siguiente edición.
En este caso concreto era la ciudad de Viana quien le pasaba el testigo a la ciudad de Pamplona. La concejal delegada de Cultura e Igualdad del Ayuntamiento de Pamplona, María García Barberena, recibió el testigo de manos de la alcaldesa de Viana, Yolanda González, en presencia de la última Reina de la Faba, Juncal Quintana, coronada en Viana durante la edición de 2019.
Al margen de estos dos cargos electos, en el acto intervinieron también Patxi Pérez (presidente del Muthiko Alaiak), Itsaso Ziganda (en representación de la Asociación Rey de la Faba), y Fernando Hualde (en su condición de Rey de Armas). El acto fue musicalmente amenizado por el Coro del Muthiko Alaiak.
ELECCIÓN Y PROCLAMACIÓN
Hacer la ceremonia en Pamplona tenía un pequeño inconveniente: ¿entre quienes se hacía la elección del futuro Rey o Reina de la Faba?; era materialmente imposible implicar a todos los centros de enseñanza de la ciudad. Eso no era viable.
Así que teniendo en cuenta que el Muthiko Alaiak llevaba 89 años organizando este evento, era una solución, un premio a la vez, que en esta ocasión tan especial fuesen los hijos de los socios y socias quienes optasen a ser coronados en la seo pamplonesa.
El acto de elección, presentado por Mikel Cía, se celebró en la mañana del 14 de diciembre de 2019 en el Palacio del Condestable, en la calle Mayor. Y como cien años no se cumplen todos los días el Muthiko Alaiak quiso que en esta ocasión, aquel niño o niña a quien la suerte del haba le sonriese, estuviese arropado por la mayoría de los Reyes y Reinas de la Faba que habían sido coronados desde 1964 hasta 2019, es decir, durante todo el periodo itinerante de esta fiesta.
El acto de elección estuvo precedido de unas palabras de Patxi Pérez (presidente del Muthiko Alaiak), Fernando Hualde (Rey de Armas) y Enrique Maya (alcalde de Pamplona).
Seguidamente se procedió al reparto del rosco entre los niños y niñas aspirantes, por riguroso orden alfabético; quienes bajo la atenta mirada de todos empezaron simultáneamente a comer el rosco. Finalmente… la suerte del haba quiso que el Rey de la Faba 2020, el del centenario, fuese Aimar Irisarri Cia.
Primero fue premiado con una larga ovación, y seguidamente recibo algunos obsequios por parte del Muthiko Alaiak.
Fue obligada una foto conjunta de todos los Reyes y Reinas de la Faba de ediciones anteriores con quien iba a ser proclamado Rey de la Faba 2020. Con todos ellos la organización tuvo un detalle para que guardasen recuerdo de ese día.
Finalizada la sesión de regalos y de fotografías, tanto el niño Aimar Irisarri como el Rey de Armas, Fernando Hualde, se ataviaron con los ropajes propios que correspondían a sus personajes y, flanqueados por los trompeteros, y acompañados por las autoridades municipales, la fanfarre del Muthiko Alaiak, y numeroso público, se trasladaron hasta la Plaza Consistorial.
Allí, desde el balcón del primer piso del Ayuntamiento de Pamplona, ante varios cientos de personas, el Rey de Armas procedió a la proclamación del nuevo rey, dirigiéndose a los asistentes.
EL DÍA DE LA FIESTA
Por la mañana en diferentes puntos del Casco Viejo se leyó el pregón en el que se anunciaba la celebración de la Fiesta. En este recorrido por las diferentes calles estuvo amenizado por la fanfarre, los dantzaris, los guerreros de la Orden de la Jarra así como otros personajes, por la tarasca y los gigantes de Alde Zaharra.
Ya por la tarde, la calle Estafeta asumió el papel que le han deparado los nuevos tiempos; ya no es en el siglo XXI la parte trasera de un castillo, un espacio casi en tierra de nadie, sino que además de ser la calle más internacional del mundo, acogía en 2020 los locales que servían de sede a la peña Muthiko Alaiak, entidad organizadora de esta fiesta.
Desde esos locales arrancó en la tarde de aquel 18 de enero la comitiva medieval que buscaba las naves catedralicias. El toque de trompetas marcó la puesta en marcha de todo el conjunto de variados personajes. Todo ello animado con bailes, músicas, antorchas, banderas, guiones y estandartes que, junto a las cuidadas ropas de cada personaje, situaban al espectador en una escenografía puramente medieval que, con toda la solemnidad que requería el momento, dirigían sus pasos hacia la Catedral de Pamplona. La ciudad estaba de fiesta, muy a pesar de los nubarrones que amenazaban con descargar en cualquier momento.
La subida por la calle Curia hacia la seo pamplonesa fue todo lo solemne que cualquier persona pueda llegar a imaginar; las campanas de la Catedral, las de ambas torres, la María, la Gabriela, la Juana, la de Oraciones, la de Párvulos… ¡todas!, empezaron a sonar anunciando a la ciudad y a toda la cuenca de Pamplona, la inminente llegada al templo de tan regia comitiva. Las puertas se abrieron para dar paso, tantos siglos después, al reencuentro de la historia del viejo reino; ficción y realidad se iban a fusionar para gozo y deleite de cientos de personas.
Tres horas antes de iniciarse el acto ya estaba el público en el atrio de la Catedral aguardando al momento en el que se abriesen las puertas para no quedarse sin sitio, para no perderse ese momento histórico. Sobra decir que una hora antes de que saliese la comitiva a recorrer las rúas de la vieja Iruña el templo catedralicio ya estaba lleno de gente, igual que llenas habían estado las calles para ver pasar a la comitiva.
El atronador repique y bandeo de las campanas, coincidente con la apertura de las enormes puertas centrales, hizo ponerse en pie al público presente en la Catedral; estaban todos los bancos de la nave central a rebosar, igual que llenas estaban las cientos de sillas que se colocaron en las naves laterales, o igual que llenas estaban todas las capillas que flanquean a las naves. No cabía un alfiler, la curiosidad por ver a los personajes era grande. El movimiento de los fotógrafos de prensa, de las agencias de noticias, o de las cámaras de televisión tomando posiciones rápidamente, era la forma subliminal de anunciar que aquello empezaba para ya nunca olvidarlo.
Por si alguna duda había de que allí se iba a vivir algo mágico y extraordinario, sobre el sonido de las campanas y el murmullo de la gente, se impuso el sonido de las trompetas; un momento mágico en el que las campanas callaron para dar paso a la música y al canto solemne de la Capilla de Música de la Catedral de Pamplona, a la vez que el Rey de Armas, flanqueado por los trompeteros se abría paso por uno de los dos pasillos centrales del templo captando la atención de cientos de personas que veían que aquello prometía.
El entorno y el ambiente no podían ya mejorarse. Allí estaba, bajo artístico mausoleo de alabastro, el mismísimo rey Carlos III cuya ceremonia de coronación se iba a reproducir. Allí estaban también los restos mortales de los Teobaldos, los mismos que en el siglo XIII introdujeron la tradición del Rey de la Faba. Allí estaba, tan viva como entonces, la Capilla de Música de la Catedral de Pamplona, una de las entidades musicales más antiguas de Europa y que en 1390 le dio solemnidad a la ceremonia de coronación de Carlos III. Allí estaba, seguía estando, la Virgen del Sagrario, la misma que en 1946 fue coronada canónicamente con el mismo ritual de coronación de nuestros reyes, para ser conocida desde entonces como Santa María la Real. Allí estaban las mismas piedras que hace más de seiscientos años dieron fe de aquella solemne coronación. Allí estaba el escenario en estado puro.
En cuanto la Capilla de Música acabó su interpretación, las trompetas volvieron a reclamar la atención de los asistentes; y el Rey de Armas se hizo oír: “Infanzones, fijosdalgos, esforzados caballeros, bellas damas, doncellas de rostro hechicero… ¡Oíd, oíd, oíd!...”, y a partir de ese momento, inmersas y envueltas ya todas las personas en un ambiente medieval, se fue dando paso a todo el elenco de personajes. El protocolo, la solemnidad, la música medieval de las chirimías y timbales, los trajes, la escenografía… se adueñaron de todo, hasta el punto de que la entrada del rey Carlos III hizo que subliminalmente el público se pusiese en pie como señal de respeto; y nadie se sentó hasta que él no lo hizo.
Y a partir de ese momento la ceremonia se desarrolló conforme a lo establecido en el ritual. El futuro rey se comprometió ante los tres estamentos del reino a guardar y defender los fueros, usos costumbres y libertades; y entonces, y solo entonces, recibió de los nobles y de los infanzones el juramento de lealtad y fidelidad, así como la unción con los santos óleos por parte del clero.
Seguidamente, ya vestido como rey, se le hizo entrega de los atributos reales: espada, corona y cetro, para ser finalmente alzado sobre el pavés a los gritos unánimes de ¡Real!, ¡Real!, ¡Real! mientras el órgano interpretaba el Himno de las Cortes de Navarra.