1969 fue ese año en el que la fiesta retorna a Pamplona, a la iglesia de Santo Domingo; a ese templo llega una ceremonia que nada, o poco, tenía que ver con esa fiesta que desde 1920 hasta 1963 se había celebrado en esta ciudad. Allí, en la iglesia de los Dominicos, fue donde debutó como Rey de Armas un joven Miguel Ángel Alustiza, quien a partir de ese momento tomaba las riendas de la organización de esta fiesta, lo hacía ese 6 de enero dirigiendo la coronación del niño Francisco Javier Arbea Lacosta.
El chascarrillo fue que en un principio se planteó hacer la ceremonia en la Catedral de Pamplona, concretamente en la capilla de la Barbazana que hay en el claustro, pero el cabildo catedralicio de entonces no lo autorizó, mientras que los dominicos no tuvieron reparo alguno en ceder el templo.
Mención especial, y de honor, merece este año la publicación dentro de la colección “Navarra. Temas de Cultura Popular” (nº 56) del folleto “El Rey de la Faba”, escrito por Javier Baleztena Abarrategui, y editado por la Diputación Foral de Navarra.
Es en ese folleto precisamente donde el autor nuevamente nos describe brevemente la crónica de ese año:
“Ante el palacio de la Diputación se aglomera el público expectante. En su interior rebullen los niños de la Santa Casa de Misericordia de Pamplona, protagonistas de la fiesta, y que van a formar el cortejo del rey, que es para ellos un compañero. La paciencia por un lado y la ilusión y afán por otro, han convertido a aquellos chiquillos revoltosos en conscientes y dignos personajes.
Rompen el real desfile heraldos montados a caballo; el resonar de sus trompetas llena el aire de notas triunfales. Tras la bandera de Navarra flotan al viento las de las merindades de Olite, Pamplona, Tudela, Sangüesa, Estella y San Juan de Pie de Puerto, llevadas por jóvenes ataviados con sus respectivos trajes regionales. La rondalla de la Casa de Misericordia rasguea marchas alegres. Pasan juglares, trovadores, cantando las canciones del rey poeta Teobaldo I.
Siguen en fila los pajes, luciendo sobre almohadones de terciopelo rojo las insignias reales: corona, cetro, espada, monedas, ropajes. Y el gran escudo con las armas de Navarra, que servirá de pavés para alzar al rey.
Carlos, Príncipe de Viana, monta en su caballo blanco, y a su lado cabalga intimidado el niño que será proclamado ‘Rey de la Faba’.
Levantan sus arcos y espadas los dantzaris del Muthiko Alaiak, y bajo el arco de honor pasa su Alteza Real, el rey don Carlos III, rey de Navarra. Porque es él, el rey Noble, quien hace unos años nos abrió las puertas del alcázar de Olite para que allí celebrásemos la fiesta tradicional, y ahora vuelve a presidirla en la ciudad por él pacificada. Y su ejemplo siguieron don Teobaldo II en Estella, y el Príncipe de Viana, Enrique de Albret, en Sangüesa.
Como manda el ritual, un representante de las Buenas Villas presenta el estribo al rey, y este, montado a caballo, avanza rodeado del Clero, Nobleza, Estado llano. Es decir: las representaciones del reino.
El monumento a los Fueros proyecta su sombra sobre la comitiva, y al saludarle el rey, parece decir: ‘Vamos a jurar los Fueros como lo hicieron nuestros antecesores’. Desde su alto pedestal, la matrona agita complacida las rotas cadenas. Y en el aire, sin notas ni palabras, flota el sentido de la jota vibrante:
Si los navarros ponemos
en nuestro escudo cadenas,
no es porque las soportemos;
es, porque sabemos romperlas.
La vistosa comitiva va llegando a Santo Domingo. El pueblo llena la iglesia ricamente adornada e iluminada. En el impresionante y absoluto silencio resuena bajo las bóvedas del templo el clarín de un heraldo. Y el Rey de Armas anuncia:
- Acérquense los representantes de las Buenas Villas y Merindades.
- Avancen los Nobles del Reino.
- Aparezca el Príncipe de Viana, acompañado del ‘Rey de la Faba’.
Y tras un toque de clarín muy prolongado, vuelve a anunciar el heraldo:
- Y ahora inclinaos ante su Alteza Real, el rey de Navarra.
La marcha del reino acoge su llegada.
Todos estos componentes desfilan con una naturalidad y soltura admirables. ¿De dónde sacaron aquellos niños asilados el empaque cortesano?. La jota popular nos da la respuesta clara y concisa:
En el cuerpo tenemos
los navarros un rey.
Ya todos los puestos están ocupados. Va a empezar la ceremonia histórica de la coronación y consagración. Desde el púlpito, el heraldo, desenrollando el pergamino, se dispone a lanzar el pregón. Se descorre el telón de los siglos”.
A finales de esos años sesenta fue necesario crear en el seno del Muthiko una comisión que se preocupó de conseguir que, edición tras edición, la fiesta llegase a sus diferentes destinos.