ESTELLA-LIZARRA

06/01/1966

Miguel Ángel Pinillos

 En 1966 la fiesta, siguiéndole el rastro a los reyes de Navarra, se fue a la localidad de Estella. A  su iglesia-convento de Santo Domingo, en donde fue coronado Miguel Ángel Pinillos. Javier  Baleztena describe muy bien el acto: “El niño del pueblo, que por su buen comportamiento y  aplicación había sido elegido ‘Rey de la Faba’, se dirigió al convento de Santo Domingo  precedido de una brillante comitiva. En ella tomaban parte todos los colegios de la ciudad con  sus rondallas y los airosos danzantes del ‘Baile de la Era’. Rasgueos de guitarras se confundían  con las notas agudas de las dulzainas de los ya famosos gaiteros de Estella. Jinetes, pajes,  damas, caballeros, se destacaban en la singular caravana. 

Llegados al convento, el rey se sentó en el trono, instalado en una sala gótica que fue refectorio  de frailes. Y desde el púlpito, donde antiguamente un hermano sazonaba el alimento corporal  con lecturas espirituales, el heraldo leyó el pregón, por el que invitaba, en nombre del rey don  Teobaldo II, al pueblo soberano a participar en la fiesta. Sus frases iluminaron el recinto, y  lanzándonos a las regiones ideales de la Vía Láctea o Camino de Santiago, de la Constelación  de los Reyes Magos, de la estrella de la Virgen del Puy, de la del campo sagrado de  Compostela, terminó diciendo: ‘Que esos faros celestiales guíen siempre los pasos de quienes,  con la mirada en lo alto, buscan orientarse por los caminos del deber, de la ilusión y de la  verdad’. 

Después de la animada fiesta en torno al reyecito, en la noche cerrada, abandonamos Estella,  degustando las impresiones vividas en el presente y enlazándolas con los episodios revividos del  pasado que formaban un precioso tesoro para enriquecer con él el archivo de los recuerdos”. Esta sencilla crónica, con todo su adorno literario propio de la época, viene a desvelarnos que  lo que eran los discursos propios del heraldo, posteriormente el Rey de Armas, ya entonces tenían una adaptación a la localidad en la que se celebraba la fiesta; es decir, por un lado se  mantenía la estructura de la ceremonia con toda la fidelidad posible, y por el otro había un  mensaje adaptado a la localidad anfitriona.